Lluta es un valle calido y salado que esta ubicado al norte de la ciudad de Arica. El Valle se caracteriza por sus aguas saladas que solo permiten tener cosechas de Maíz, alfalfa, cebollas y ajos, además algunas otras hortalizas.
Muchos recuerdos me vienen a la memoria al recordar el Valle, al recordar a mis padres, familiares y amigos de infancia. En cada viaje que realizo a este valle es difícil olvidar lugares como Boca negra, Tambo de Huanta, Molinos y Poconchile. Boca negra en los años 70’ albergo a familia, que había venido de Socoroma en busca de un mejor vivir, pues en aquellos años el oro verde (orégano) había perdido todo su valor comercial. Fue ahí en Boca negra donde conocí los árboles de Pera de Pascua, los Pejerreyes y los Camarones. También fue ahí donde conocí al sordo Gutiérrez, veterano agricultor que siempre me convidaba las sabrosas peras y en más de una oportunidad me ayudo a pescar pejerreyes en los canales que colindaban su parcela. Como no recordar mi primera malla de pescar, que no era más que una vieja malla de cebollas mal trecha. De igual forma me vienen a la memoria, el ver a mi padre arando la tierra con una yunta de bueyes, uno de color negro y el otro rojo o las veces en que yo corría tras las vacas, ovejas y golondrinas. Muchas travesuras cometí en aquellos años y duros también fueron los castigos, pues en el mundo andino, los derechos y deberes se imponen desde la infancia.
A fines de los 70’ mis padres adquirieron una parcela en el sector de Tambo de Huanta y fui ahí donde viví los años mas intensos y alegres de mi infancia, en medio de maizales, de la alfalfa y del tomate poncho negro: En estos años nada escuchábamos sobre planificación territorial y menos aún del termino “Desarrollo indígena”.
Tambo de Huanta, Valle de Lluta.La vida en Lluta era distinta a la realidad del día de hoy, los campesinos solo vivíamos de lo que se producía en cada parcela, no faltaban en cada hogar una numerosa cantidad de aves de corral, las ovejas, cabras y vacunos, sin duda la vida era distinta. Abundante también, era la variedad de hortalizas disponibles y el típico choclo que después de largos meses de cuidado se cosechaba en cada parcela. El trabajo del pastoreo y el cuidado del maíz era extenuante en cada día. Recuerdo también, que muchas ocasiones debí lidiar con toros y machos cabrios que en mas de una oportunidad me mostraban su cornamenta o simplemente me botaban varios metros adelante después de haber sido corneado. El realizar el deshierbe o aporque[2] del maíz, a manera de competencias que realizaba con mi hermano, era una forma de hacer más grato el trabajo y los calores de verano.
Sin duda estos días jamás volverán, pero fueron años en el cual tuve la honrosa oportunidad de conocer desde otra mirada la forma de vida de la gente del campo y sobre todo el saber de sus expectativas, esperanzas y propuestas para un mejor vivir.
Cercanías de Millune, Valle de Lluta km. 75.Años más tarde me mandaron a la ciudad en busca de una mejor educación, pues la educación en Lluta se restringía cada vez más hasta 6 básico, lo cual se debe sumar a que la calidad no era las más óptimas. Por ende cada año debí dejar el campo con tristeza para venir a la ciudad a estudiar durante los días de semana y como muchos otros niños volvíamos a Lluta en una vieja micro a ver a nuestros padres y hermanos.
Tras los años de estudio secundario y universitario, la periodicidad viajes a Lluta se hicieron menor, pero desde mediados de los 90’ en adelante me vi nuevamente ligado al trabajo con las familias de Lluta y comunidades andinas de las comunas de Putre, General Lagos y Camarones, por lo cual mis reflexiones giran entorno a lo dual de la realidad en el campo.
Debo precisar que el trabajo en el campo siempre ha estado ligado al esfuerzo y perseverancia, en donde las familias deben esforzarse al máximo para generar excedentes productivos que le permitan ir mejorando su economía y calidad de vida, menciono esto por que esa es la realidad del mundo andino antes y después de la instalación del modelo “Desarrollo indígena”. La vida en la cordillera no era menos compleja o sacrificada a la de hoy, pues eran años donde las últimas expresiones del trueque comenzaban a darse.
En esta década (80’) sin duda existieron muchas carencias educacionales y sociales, un ejemplo de ello era que muchos niños en aquel entonces, debíamos iniciar nuestra jornada a las cinco de la mañana para ir a la escuela y para ello debíamos caminar unos 4 kilómetros para poder coger una micro que nos llevara hasta la escuela ubicada en Poconchile. Es difícil olvidar que en estos años realizábamos caminatas de una hora y media en dirección al paradero y para capear el miedo a la oscuridad de la noche gritábamos un ¡Viva Chile! o cantábamos el himno nacional. El día de hoy, quienes viven en Tambo de Huanta todavía deben caminar esos 4 kilómetros para coger la micro, con la diferencia que no quedan niños y más aún quedan menos agricultores.
Iglesia del Pueblo de Poconchile, Lluta.Las realidades de Bocanegra, Molinos y Sora que en aquellos años de abundancia de niños y adultos con sus problemas y alegrías son los que conforman lo dulce y la esperanza de este valle, es un periodo donde existe una abundante mano de obra juvenil en el campo. Al llegar la década del noventa y el nuevo milenio la realidad de estas zonas agrícolas no será la misma, pues ya no habrá la cantidad niños entre Poconchile y Sora, pues se reducirá a un porcentaje ínfimo. La existencia de nuevos parámetros de calidad de vida y la búsqueda de nuevos horizontes laborales influirán notablemente en la inmigración de la gente del Valle.
Afines de los 90’ tuve la oportunidad de trabajar con proyectos sociales en el Valle en el sector de Alberto jordán (25km.) y en Sora(60 km.), para ese entonces las cosas habían cambiando en lo referido al numero de población y grupos etarios. Sin embargo, a pesar de haber una menor cantidad de población infantil y juvenil en el valle se seguía respirando un aire de esfuerzo y trabajo de los agricultores, ejemplo de este tema serán los desafíos que se impondrán hacia el futuro de parte de los Lluteños, y como mencionara la dirigente Juliana Marka en Chapiquiña a fines de 1998 en una reunión “Estos son los jóvenes del pueblo, tienen 50 años”, esa era la juventud predominante en el sector medio y alto de Lluta. Al terminar mis labores en Lluta quede con una impresión positiva del devenir de estos agricultores. Me llamo la atención como muchos de ellos en el caso de Don Elías Vilca y Los Calle, Gómez, Mamani, Catacora y Choque entre tantos se movilizaban varios de kilómetros para llegar a una región en Sora, ¡existía esperanza!, lo mismo sucedía en otras zonas del valle. Destaco de todo esto a don Elías Vilca pues venia en Caballo o en Mula desde unos 20 kilómetros a una “reunión”.
El Día Lunes 10 junto a mi familia decide recorrer parte de valle a modo de paseo y con el avanzar de los kilómetros me decidí recorrer aquellos sectores donde conocía a antiguos amigos y conocidos, pero a medida que me adentraba en el valle fui quedando con sabor desconcierto y al final de tristeza, el valle ya no era el mismo, no solamente no habían niños sino que todas las zonas que eran de mayor productividad, eran zonas subutilizadas. Después de pasar por el Tambo de Huanta, mi hogar, vi las parcelas de los Villanueva, Vilca, Loredo, Bolaños y Huanca entre muchas, en un estado de semi utilización, por no decir semi abandono. En zonas como Molinos y Chapisca el escenario fue similar. En la Zona de Sora, Challallapo y Millune me inundo la tristeza, pues aquella zona de esfuerzo donde la gente venia de muchos kilómetros a una reunión social, estaba con muy poca gente y con las parcelas abandonados. ¿Durante cuanto tiempo más veremos familias de agricultores ahí?, no lo sabemos.
Sin duda quede muy impresionado por la difícil situación que atraviesa la agricultura en el Valle en general la ruralidad de Camarones y Parinacota, pues no solo la han afectado las fuertes lluvias estivales, las sequías, los acuerdos comerciales con Perú que más que beneficios han traído perjuicios a cientos de familias, el alto costo de los combustibles y el costo de la vida, la ineficiente acción de los organismos competentes han afectado profundamente a las familias campesinas.
Después de haber tenido la oportunidad de compartir mis aprendizajes de vida en la institucionalidad pública, me vienen muchas inquietudes acerca del “como” se aplica el “desarrollo indígena” en nuestra región. Estas inquietudes surgen al comparar las experiencias e iniciativas privadas que realizan los agricultores y de aquellas iniciativas que desde mediados del 90’ reciben el subsidio fiscal. En Lluta los Molles son árboles robustos que soportan por largos periodos la falta de agua y enfermedades, pero no así la el fuego y la falta de la humedad para sus raíces. Como las ramas de Molle (Pimiento Chileno) tanto experiencias privadas de los agricultores y las que reciben el subsidio público, terminaran con iguales consecuencias, es decir con débil economía de subsistencia y al final veremos mas zonas despobladas por falta de oportunidades, también veremos los avisos en el periódico local que dice “Se vende terreno”. ¿En que hemos fallado, quienes hemos trabajado en la instituciones públicas?, ¿Cuáles son las debilidades de nuestras políticas públicas dirigida a la población indígena?, ¿A dónde se dirige la política agrícola en nuestra región? y ¿Hasta que punto la gente de los valles y zonas alto andinas podrán seguir viviendo en estas condiciones?.
Las respuestas no son sencillas de alcanzar pues podríamos culpar inicialmente a los campesinos por no ser innovadores o emprendedores y mas de algún postulante a tecnócrata podría culpar a los agricultores de poseer una pobreza mental al no progresar. También podríamos decir, que la norma y los reglamentos que rigen a las instituciones públicas son las culpables por no mostrar sensibilidad y pertinencia a la realidad de nuestra región. Por otro lado el acusado, el agricultor solo se limita a decir que el estado no se preocupa por el, que esta en abandono.
Durante esta última década hemos escuchado hablar con mucho énfasis acerca de la aplicación de la planificación territorial y la participación indígena, todo ello enfocado a mejorar la calidad de vida de los ciudadanos chilenos con raíz indígena aymara, de igual forma hemos escuchado a los directivos de la CONADI, el decir que la acción e intervención de la institución es un éxito, pues “el trabajo institucional está orientado a la capitalización de la economía aymara, a través de concursos de obras de riego, donde se han concretado miles de éstas en captación, acumulación y canalización, construcción de invernaderos, recuperación de bofedales, entre otros. Lo que ha contribuido a aumentar la producción agropecuaria, mejorando los ingresos calidad de vida e ingresos económicos en las familias aymaras[3]”. Este existimo no lo puedo compartir, pues indudablemente la realidad es otra, dado existen menos rendimiento de producción agrícola y muchas familias en el valle de Lluta y otras zonas han debido recurrir a la complementación de su economía familiar de manera de poder subsistir y “parar la olla”. En el caso de las comunas rurales la población depende de la pensión de vejez que recibe mensualmente del INP o a los trabajos esporádicos que generan los municipios con apoyo gubernamental y que los funcionarios municipales utilizan con criterios políticos y no sociales. Esto último no ocurriría si el mentado éxito diera sus frutos y en particular después de tantos años de gestión institucional de la CONADI. Cabe preguntarse ¿cuales son los parámetros para calificar y determinar el grado de éxito de la inversión pública?, ¿Por qué sigue habiendo inmigración de la población indígena campesina a las ciudades? y ¿Existe participación de las comunidades en poder establecer cuales son las soluciones a los problemas que las aquejan? Estas reflexiones no tiene que ver con animadversiones a la acción pública, si no que tienen relación a como se ven afectados miles de indígenas que dependen del trabajo en la tierra.
Lo amargo, se representa en la falta de oportunidades y acciones concretas de las instituciones pertinentes, pues las condiciones económicas y las políticas no las realizan ni las sancionan los agricultores como Don Elías Vilca o Román Bolaños. Sin duda hemos fallado en la forma de intervención, pues no podemos ni debemos seguir planificando desde las instituciones o realizar una asamblea territorial una vez al año y llamar a ese resultado planificación participativa y decir sin la menor consideración “estamos haciendo lo que ustedes pidieron”, pues es solo soberbia. La planificación participativa es un proceso largo, que involucra ganar confianza, ganar afecto y desde ahí construir el futuro, un mejor futuro digno. La falta de pertinencia, sensibilidad y empatia es otro de los elementos que se debe mejorar, pues no causa buena impresión y aceptación cuando las reuniones comienzan con un “no se puede” o “le vamos a dar una vuelta”. La ausencia de inversiones en ciencia y tecnológica para zonas áridas y particularmente saladas no existe, no puede haber innovación sin investigación y muchos menos progreso. Los esfuerzos deben ir orientados a generar una nueva forma de hacer agricultura en valles salados, pues el maíz o cebolla en menor grado seguirán siendo por mucho tiempo solo producción de subsistencia.
Lo verdadero en todo esto, es lo que vive y siente diariamente la familia que depende de la agricultura, ya sea en Lluta, Socoroma o Visviri. Como dicen “quien no sufrido no ha vivido”. Por ende mejorar la calidad de vida es mucho más que un canal o poseer televisión, es también poseer un buen estado de animo y cuando logremos estos podremos ver a gente como Don Elías Vilca, Román Bolaños, don Aparicio o Don Juan con una mayor alegría y esperanza.
[1] Este titulo hace referencia a unos de los últimos artículos del profesor, maestro, guía y amigo Luís Álvarez Miranda, que este en el más allá en el otro mundo que con tanto ahínco busco interpretar y conocer desde este nuestro mundo y quien a mediados de los 90’ escribiría Sobre los valles dulces y salados y la ocupación prehispánica.[2] El aporque es la limpieza de los maizales en tiempos de precosecha.[3] Diario Electrónico Arica al día, Miércoles 13 de Octubre 2005.